La polarización cansa
Autoría: Roberto Pichardo Ramírez
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Entender el entorno desde las palabras ofrece diferentes perspectivas sobre la forma en que configuramos el mundo en el que vivimos. Si bien sería arriesgado asegurar que el lenguaje configura la realidad, nuestro vocabulario puede revelar situaciones presentes en el imaginario colectivo.
De ahí que resulten llamativos los diferentes almanaques de las autoridades lingüísticas. Cuando se designan las palabras que marcaron un año suele hacerse con la intención de brindar una fotografía de la coyuntura de aquel momento. El Diccionario de Oxford, por ejemplo, eligió la voz ‘rizz’ (variante de ‘carisma’) para destacar la relevancia de TikTok en el lenguaje: para los usuarios, entre más ‘rizz’ tienes, mayores serán tus posibilidades de ligar.
Por otro lado, la propuesta de la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE) es menos coloquial. En 2023, la elegida fue “polarización”, en una terna en la que también compitieron palabras comunes como ‘guerra’ y ‘fentanilo’, pero también neologismos interesantes como ‘ecosilencio’ (ocultar información relevante para el cuidado del medioambiente) y ‘ultrafalso’ (alternativa para la voz inglesa deepfake).
No es casualidad que ‘polarización’ acabara como el concepto ideal para describir el año que recién terminó. Las discusiones sociales y políticas de los últimos meses se inclinaron hacia la toma de posturas basadas más en la reacción que en la razón. En el año en el excéntrico Elon Musk adquirió las acciones de Twitter (ahora X), la plataforma digital predilecta para la discusión sin escrúpulos volvió a ser ágora para la deliberación pública recargada en los memes, los ‘Me gusta’ y las réplicas aleccionadoras.
En la esfera política, el mundo atestiguó el avance armamentístico ruso en territorio ucranio. Aunque para Occidente resulta más sencillo apoyar al territorio invadido —motivado en parte por la imagen estereotípica de Rusia construida por la cultura pop de Estados Unidos—, la situación fue distinta cuando estalló el conflicto armado en Gaza. Diferentes frentes del país vecino y otras naciones se refugiaron en el mantra “Israel tiene derecho a defenderse” para matizar la islamofobia sembrada tras el atentado del 11 de septiembre.
América Latina tampoco tuvo un año sencillo. El ascenso de figuras como el ultraderechista Javier Milei en Argentina, el regreso de otras como Lula da Silva y su promesa de país democrático, y el fortalecimiento de otras más como Nayib Bukele con su guerra contra el crimen. Todo ello encierra a las sociedades del Cono Sur en narrativas polarizantes de cara a un año electoral en seis países; entre ellos, México.
El ocaso de la administración de Andrés Manuel López Obrador vino acompañado por la aparición de personajes nuevos y conocidos que aspiran a tomar la estafeta de Palacio Nacional. La ansiedad provocada por las preprecampañas en la segunda mitad del año generó un primer desgaste en el electorado y volvió a anclar al país en una dicotomía inescapable: ellos o nosotros; la continuidad o el abismo; a favor o en contra.
Como fenómeno colectivo, la polarización de las sociedades deviene en la erosión de las democracias y la banalización de los discursos. En contextos de internet, el imperativo de participar activamente en cuantas conversaciones sea posible conduce a un agotamiento mental y emocional que termina por convertir los foros de diálogo en subastas de la verdad.
Como lo explica el filósofo Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio, “estos cansancios son violencia, porque destruyen toda comunidad, toda cercanía, incluso el mismo lenguaje”. Si la polarización está anclada en nuestro vocabulario es porque, al menos, decidimos hablar al respecto. Será clave encontrar soluciones colectivas para no mordernos la lengua cuando los conflictos se salgan de control.