Universidades como guaridas amorosas
Autoría: Yennifer Paola Villa Rojas
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A propósito del 8M
Hace algunos días conversando en clase con estudiantes universitarias de México y Colombia surgieron experiencias de dolor situadas en los espacios universitarios. Según ellas, habitualmente son víctimas de prácticas sexistas, clasistas, racistas y capacitistas dentro de las aulas de clase donde, por ejemplo, sus participaciones no son tomadas en cuenta, pues, siempre hay una voz “más autorizada” para comentar. Los profesores al escuchar preguntas de las estudiantes indígenas becadas responden con frases como “debería saberlo”, no obstante, desconocen sus lugares de enunciación y esperan tener grupos donde todos son “iguales” o juegan con las mismas condiciones materiales o simbólicas.
También, denuncian la sobreexigencia académica puesta en los incentivos educativos al depender su asignación o renovación de promedios académicos y aprobar siempre todas las asignaturas registradas, no hay margen de error. Entonces, las estudiantes becadas y diagnosticadas durante el semestre con discapacidades psicosociales o neurodivergencias deben alcanzar, sí o sí, una nota final mínima de 9.0; de lo contrario, afectarían el sueño de titulación propio y de sus familias al no tener recursos para pagar la colegiatura. Prevalece el rendimiento frente a la vida misma.
Del mismo modo, las jóvenes mujeres transgénero o con discapacidad relatan como han naturalizado el tener que sobresalir en sus clases por la excelencia académica, esto es, “demostrar” mérito y hacer más asimilable su presencia. En otras palabras, gastan una gran dosis de energía estudiando en búsqueda de un lugar medianamente tranquilo, ante la hostilidad provocada por patear el género y problematizar el régimen político de normalidad.
Una pensaría al escucharlas que ellas no desean estar en las Universidades, pero no, sus apuestas implican sostener el lugar conquistado por otras ancestras e imaginar mundos más justos, amorosos y donde sea posible vivir sin miedo. Habitan así la esperanza mientras crean formas de aguantar, soportar y resistir a la realidad. Por tanto, arrebatan espacios en campos del conocimiento no pensados para ellas, erotizan las aulas de clase con sus preguntas, interpelan el orden dado desde modos de pensar trasgresores, sus cuerpos libertarios bailan, cantan, gritan, se enojan entre pasillos, laboratorios, canchas o la calle misma.
Del mismo modo, exigen el uso de pronombres “irrespetuosos” con la RAE y conquistan modificaciones a las listas oficinales, pues se disputan con dignidad su reconocimiento; igualmente, zarandean el amor obligatorio y apuestan por amores -en plural- poliamorosos, anarquistas relacionales, monógamos en rebeldía mientras hacen posible la amistad en medio de la feroz competitividad, sin tiempo para la compartencia y en medio de lógicas bancarias en su formación. Existe una intención directa del sistema capitalista-patriarcal por aniquilar el estar juntas.
Finalmente, entre cabezas pelonas, largos cabellos, chinos en movimiento, hiperfeminidades politizadas y masculinidades en tránsito, ellas “las morras” y “parceras”, construyen día a día guaridas amorosas con una fuerza corporizada en silencios, aullidos o gritos, donde es posible resguardarse, ralentizar lo cotidiano o tejer la complicidad. Y entonces, nos provocan a propósito del 8M a las comunidades universitarias a interrogarnos sobre ¿de qué manera es posible decolonizar la academia?, ¿cómo confrontamos el patriarcado cuando camina por nuestras aulas de clase o pasillos?, ¿cuáles otras guaridas pueden emerger en el encuentro intergeneracional? ¿qué implica la amorosidad radical en tiempos de tantos dolores? ¿de qué manera podemos las maestras ser guarida y construir guaridas junto a ellas?