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ChatGPT en un celular
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Chatbots a asistentes personales: la IA en nuestra vida

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El uso de la IA en la toma de decisiones presenta un dilema entre innovación y precaución.

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A todos nos ha sorprendido enormemente cómo la inteligencia artificial (IA) ha ido transformando cada vez más aspectos de la vida, emergiendo como una herramienta poderosa, que nos maravilla. Ejemplo claro de ello es el chatbot de OpenAI, que rompió varios récords pues a tan sólo cinco días de su estreno, superó la barrera del millón de usuarios y a los dos meses alcanzó los 100 millones, lo que la convierte en la aplicación de más rápido crecimiento de la historia, según Forbes.

Evidentemente, otros pioneros de la inteligencia artificial como Google, no han querido quedarse atrás y están inmersos en una carrera acelerada por conquistar otros territorios. Así que, en esta competencia por ganar el liderazgo se empieza a explorar el uso de la IA en la toma de decisiones. ¿A qué nos referimos exactamente?

Iremos unos pasos atrás para explicarlo. Google, ante la creciente presión, fusionó dos organizaciones: DeepMind y Brain. DeepMind, un laboratorio londinense de investigación en aprendizaje automático y redes neuronales, incluye neurocientíficos, ingenieros y expertos en IA, y se enfoca en desarrollar programas adaptativos y en investigaciones médicas sobre IA y ADN. Brain, fundado por Google en 2011, se destacó en aprendizaje profundo, procesamiento de lenguaje natural y visión por computadora, siendo responsables de muchos productos y servicios exitosos de la empresa.

Uno de los resultados esperados de esta fusión pretende ser toda una investigación para lanzar al mercado un entrenador personal para la vida que brinde consejos a los usuarios y les ayude en la toma de decisiones. Nico Grant, corresponsal experto en el campo explica que “han estado trabajando con inteligencia artificial generativa para realizar al menos 21 tipos diferentes de tareas personales y profesionales, incluidas herramientas para dar a los usuarios consejos de vida, ideas, instrucciones de planificación y tutoría”.

En dichas pruebas se está intentando medir la capacidad del asistente para responder a preguntas íntimas y complejas sobre los retos de la vida de las personas. Es decir, hacer consultas sobre nuestros problemas cotidianos para que nos orienten con sugerencias o recomendaciones basadas en una situación.

Si bien aún no se lanzan estos nuevos productos que continúan en evaluación, nos dan una buena idea de los ámbitos en los que se busca incursionar con la IA. Y, evidentemente nos dejan con muchas preguntas en la cabeza: ¿Hasta qué punto podríamos volvernos dependientes de estos asistentes para tomar decisiones importantes en nuestra vida personal y profesional? ¿Cómo podríamos mantener nuestra autonomía y capacidad crítica? ¿Qué medidas se implementarán para proteger la privacidad y la confidencialidad de la información sensible que compartamos? ¿Podrían estos asistentes tener un impacto negativo en la salud mental al generar dependencia emocional o expectativas no realistas? ¿Cómo se garantizará que los consejos y recomendaciones proporcionados sean precisos, útiles y basados en evidencia? ¿Qué mecanismos se implementarán para corregir errores o malentendidos en las respuestas? ¿Podrían estos asistentes influir en la forma en que las personas perciben y manejan sus problemas personales y profesionales? Y así, muchos otros cuestionamientos que rozan los límites éticos de a IA pues está claro que su uso en la toma de decisiones presenta un dilema entre innovación y precaución:

Por un lado, la inteligencia artificial tiene el potencial de transformar la forma en que accedemos y procesamos la información, facilitando decisiones más informadas y eficientes. Por otro lado, los riesgos asociados, como la propagación de información incorrecta y la dependencia excesiva de sistemas automatizados, requieren una gestión cuidadosa por parte de los usuarios y no todos podríamos estar preparados, conscientes o suficientemente capacitados, para hacer un buen uso de estas herramientas.

En conclusión, la IA puede asistirnos y facilitar muchas tareas, pero la esencia de la humanidad radica en la capacidad para cuestionar, reflexionar y decidir en función de nuestros valores y experiencias. En este equilibrio entre tecnología y humanidad, debemos asegurarnos de que la IA brinde herramientas de apoyo, sin reemplazar nuestra autonomía, juicio crítico y capacidad para trazar el rumbo y sentido de nuestras vidas, en la #CiudadDigital.

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Publicado originalmente en e-consulta.
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Material gráfico
Misael Chirino Durán
Fotografía
Ramón Tecólt González

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