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Mujer comiendo maruchan
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Del quelite a la Maruchan. Segunda parte

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Ahora, nació una nueva ley que protege al medio ambiente, a la salud de las infancias. La mía, se fue comiendo muchas cosas que no fueron tan buenas.

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Tengo hambre. Pienso en las tortillas hechas a mano, y los quelites de la milpa que ya no hay, pero que se comen en restaurantes de lujo. Hace poco fui a una comunidad rural y en el camino vi a una familia que llevaba el regalo del graduado: un arreglo lleno de bolsas de papitas y galletas. Por aquí hay menos agua. También en el campo. Basura hay aquí y allí. Las envolturas y envases coloridos vuelan y son paisaje. Pierden color, pero se quedan. Los caminos nuevos, han traído basuras de colores que se desdibuja.

Abrir una bolsa es perderlo todo. Tirarla también. Revolver en el bote. también. Al nombrar residuos y no basura, asocio que sí hay valor en la vida. Desperdicios mezclados con hojas y arena nutren al suelo. Evitar lo que vaya al bote de basura, es ver todo lo que vive y siente. El mejor residuo, es el que no generamos. Cambiar hábitos, de lo fácil y rápido, al cuidado razonable y amoroso, aunque trabajes más, es transitar a la civilización empática. Nada fácil con tanto desafecto.

Hace cien años, el setenta por ciento de los residuos generados en una casa eran desperdicio de alimentos, No había industria como ahora. Ni automóviles. Ni tanta comida ni bebida. Ni tantas tiendas. Casi todas las personas vivían lejos de la ciudad. Como mi abuela materna.  

Hace cien años, mi abuela paterna tenía seis años, mi abuela materna aún no nacía. Mi abuelo materno tenía once años, mi abuelo paterno, nueve. Cuenta mamá que abuela llegó del rancho a la capital. Sabía hacer queso, criar pollos, conejos, sembrar verduras, flores, elaborar paletas en molde, elaborar ropa. Mi abuelo construía casas. Eran tiempos rudos en el país, por la devaluación del dólar. Cuando mi mamá y mis tíos eran niños, sembrar sostuvo a la familia numerosa incluyendo a mi bisabuela. Dice mi mamá que no había basura, los animales se comían el desperdicio.

Mis papás se conocieron hace poco más de medio siglo en la Ciudad de México. Ahí se casaron y ahí nacimos mi hermana y yo. Llegamos los cuatro a vivir cerca del Centro de esta bella Ciudad. Todo quedaba cerca. Caminando íbamos al mercado, a tiendas que ya no existen. La infancia sabía a chochitos de azúcar de La Bodeguita, a palomitas del cine. Mi hermano ya no conoció eso.  

Hace cien años pasaba un arroyo. Luego hicieron la escuela donde estudié. Hoy está una facultad y una cadena trasnacional de autoservicio. En mi escuela con diez pesos comprabas en el recreo botanas y pastelitos cremosos. Una maravilla descubrir las tortas que hacía Doña Chahua de chorizo y papas. Y a la salida me tocaba ir por las tortillas con servilleta de tela y ver avanzar la banda, esperar despacio mientras las tortillas se inflaban y caían en una torre y llevar entre las manos mi tortilla con sal. ¿No les conté que mi bisabuelo fue molinero y hacía tortillas en Mixcoac?

Ahora esta ciudad es enorme. Vi campos de maíz y luego un gran parque. Las tiendas del centro ya no están, ni la Bodeguita. Ni los dulces. Veo cadenas de tiendas en el rincón más remoto. También basura y la comida son lo que antes era botana ocasional. En la escuela donde iba mi hijo, siempre adelantadas, las maestras nos hablaron de la importancia la buena alimentación en la infancia. Ahora, nació una nueva ley que protege al medio ambiente, a la salud de las infancias. La mía, se fue comiendo muchas cosas que no fueron tan buenas, pero eso sí, jugaba en la calle toda la tarde.

Mis recuerdos se van como un puñado de cacahuates Mis papás hacían las compras del supermercado, bolsas de papel. Mi mamá en el mercado de la esquina, bolsas gigantes y coloridas, su carrito de alambre. Gorditas de salsa verde y manteca, la comida de un sábado.  

Domingos de feria en el Paseo Bravo y los caballitos del carrusel. Al regresar de tarde, mi papá corría llevando cajas al sonar la campana del camión. Hoy, lo que se tira ha cambiado tanto. Hoy casi nadie produce su alimento. No viene el lechero. Ya no voy a comer un taco de sal. Veo bolsas negras gigantes en la calle y personas que las abren y se llevan lo que pueden.

Nostalgia. Campo. Abuelos. Abuela sembrando en ciudad. Compro tortillas, nopales, quelites. Pienso en los campesinos. Vivo donde hubo campo. Veo la ciudad y a personas que nacieron allá y viven aquí edificando casas donde hubo milpa. Caminan temprano a trabajar con el sostén del día: botella de tres litros y  botana. Tristeza. Comer sano no es tan fácil ni tan barato. Mi abuela sembraba. Mi bisabuelo era molinero.

Publicado originalmente en Ambas Manos.
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Material gráfico
Misael Chirino Durán
Fotografía
Ramón Tecólt González

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