Por los caminos de la Paz y el asesinato del Padre Marcelo
Autoría: Conrado Bonifacio Zepeda Miramontes
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En un momento todo puede cambiar. Ante un accidente donde se pierde la vida; o cuando desaparece a un ser querido; o ante el asesinato de un defensor de los derechos humanos, en un momento todo puede cambiar.
Aunque hay cambios que son para mejorar como personas, como salir a estudiar o la llegada de un nuevo ser a nuestras familias. Los cambios más de fondo son más lentos y necesitamos comprender como se gestan. Hay cambios en nuestro país que nos alegran, como son: la disminución de la pobreza, o la mejora en los sueldos para los más pobres, pero hay otros como las violencias que van en crecida, las desapariciones y las muertes, como el asesinato del Padre Marcelo Pérez, un constructor de paz, que nos entristecen y demeritan toda nuestra atención.
Vivimos tiempos donde la violencia va apareciendo cada vez más cerca de nuestra cotidianidad y nos toma por sorpresa. Vemos en los medios y en las redes sociales, un sin número creciente de personas desaparecidas, feminicidios, masacres, bloqueos de calles y carreteras, cuerpos mutilados, quemados, una violencia que deja en el desamparo a muchas familias. Pareciera que la violencia no se detiene y que no hay maneras de como atajarla.
Necesitamos seguir cuestionando por qué la violencia se incrementa en el mundo y en especial en nuestro país. Algunos autores nos dicen que es la misma violencia de siempre, pero ahora con el tiempo de mejores comunicaciones, la información llega más rápido, casi en tiempo real y de muchos lados del mundo a la vez. Recuerdo cuando sucedieron los ataques a las torres gemelas en Nueva York y fuimos testigos de la llegada de los siguientes aviones que se estrellaron, todo los vimos en tiempo real. ¿Cómo entender estas y otras violencias? Necesitamos tejer más fino y entender el fondo del grave problema de la violencia.
René Girard, un destacado filósofo y antropólogo francés, desarrolló una teoría que nos da mucha claridad de donde procede la violencia en la sociedad. Girard nos dice que la violencia es un componente fundamental de la civilización humana y está intrínsecamente ligada al deseo mimético. El deseo mimético está presente en todos los seres humanos y con ello se imitan los deseos de los otros, deseando lo que tiene el otro para mí, y cuando no lo puedo alcanzar nos lleva a la competencia, al descredito y en algunos (o muchos) casos a la violencia. No deseamos cosas por su valor intrínseco, sino porque otros las desean y las quiero para mí.
Se busca regularmente un “Chivo Expiatorio”, como el caso de los Padres Jesuitas asesinados en la Tarahumara o la del Padre Marcelo en Chiapas, para buscar cierta estabilidad social, ya se intencionadamente o no. Las sociedades recurren al sacrificio de un chivo expiatorio, una víctima inocente cuya muerte restaura temporalmente la paz y el orden. Para Girard, ve en la revelación cristiana una innovación ética que propone sustituir la violencia por el amor y el perdón, desafiando el ciclo de violencia y sacrificio.
Girard también explora cómo los rituales y las instituciones sociales canalizan la violencia de maneras que son aceptables para la sociedad, pero que a menudo ocultan su naturaleza destructiva. Las religiones han jugado en la historia un factor muy importante para la contención de las violencias sustituyéndolas por una ética del amor y el perdón, en los mejores casos, aunque en algunas partes de estas religiones se regían más por la culpa y el control, generando posteriormente una animadversión de sus feligreses por lo religioso represor.
En las sociedades post-religiosas en las que muchos vivimos, los individuos se han emancipado de las religiones para liberarse de la culpa, del control y la represión, lo cual es positivo, pero con ello también se han alejado de la contención de la violencia, y con ello, la propia violencia ha salido de todo control, por eso vemos un crecimiento desmedido de ésta. Algunas religiones han justificado el ejercicio de la violencia como parte de su estructura y lo ven como algo intrínseco a ellas.
Los individuos post-religiones, emancipados de la culpa, control y represión, no desean regresar al pasado, pero ¿cómo contener las violencias sin regresar a la culpa y la represión que tanto daño nos ha hecho? Urge un desarrollo más amplio de las espiritualidades en las religiones que nos ayuden a vernos más allá de la culpa, el control y la represión, vernos como seres humanos desde una ética de la paz y el amor universal y cómo podemos ser constructores de alternativas de vida más allá de nuestras rencillas y revanchas.
Desde el asesinato de los jesuitas Joaquín Mora, SJ y Javier Campos, SJ, en la Tarahumara, donde ellos pusieron sus cuerpos para el intento de protección de la vida ante la violencia de un asesino narcotizado, donde murieron inocentemente, se ha iniciado un proceso de propuesta de pacificación en el país donde el “poner nuestros cuerpos” para activar la paz en el país, se ha hecho algo indispensable en la agenda nacional actual.
Y la historia se repite, un defensor de los derechos humanos y de la paz, pone su cuerpo en procesos de diálogos entre pueblos violentos en pugna y posteriormente su vida es arrebatada por una célula del crimen organizado. El asesinato del Padre Marcelo Pérez, sacerdote de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, nos muestra lo que les sucede a miles de mexicanos, en diversas partes del país, que viven bajo el yugo de la violencia que arrebata la paz y la vida.
Convocados por la Conferencia Episcopal Mexicana, por la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos y Sociedades de Vida Apostólica de México y por la Compañía de Jesús en México, y con ello la Universidad Iberoamericana Puebla, se han sumado un sin fin de iglesias, organizaciones, cámaras, académicos, gobiernos, gente de a pie, entre muchos otros para exigir y construir caminos de paz, con metodologías efectivas ya probadas.
Esas metodologías, entre otra más, han sido elaboradas por el Centro de Investigación y Acción Social por la paz (CIAS), obra jesuita, que ha logrado impactar en algunas zonas del país y se han disminuido los índices de violencia en esos lugares, como son: Tancítaro y Cherán en Michoacán y en otros municipios en los estados de Coahuila, Veracruz, Guanajuato y Estado de México. En la Misión de Bachajón, en el propio Chiapas, tiene un proceso de “reconciliación" entre indígenas tseltales, a través de los “jMelsanwanejetik” que demuestra que existen otras metodologías que nos ayudan a la pacificación. Hay otros ejemplos como en Colombia a través con la comisión de la verdad, dirigida por un jesuita, Francisco de Roux, que nos muestra también que la paz con justicia y dignidad es posible.
El Estado de Puebla en la actualidad ha iniciado un proceso de diálogo con el gobierno entrante para desahogar una agenda de paz que lleve al control de las violencias en esta tierra que nos toca vivir. Gobiernos, Iglesias, Académicos y personas y grupos de la sociedad civil, participamos activamente para encontrar caminos de paz. Todos y todas somos importantes para llevar este cometido.
Los invitamos a conocer estos compromisos por la paz, revisando la “Agenda Nacional de Paz” y la “Agenda Estatal de Paz Puebla”, donde queda plasmada la voluntad del pueblo mexicano y poblano de ser artífices de paz.
Que la sangre derramada por el Padre Marcelo y los Padres Joaquin y Javier, junto con la sangre de miles de personas en este país, sea fermento de una paz duradera, tan esperada, tan urgente, tan necesaria.